Hace mucho que no he escrito por aquí de ningún pintor. Hoy lo haré hablando de uno de mis pintores preferidos, Gericault. Pintor inscrito dentro del movimiento del romanticismo francés, del que podría haber sido una figura y máximo exponente -que terminó siendo Delacroix- si no hubiera sido por su temprana muerte a los 33 años, fruto de un accidente practicando una de sus pasiones, montar a caballo.
Entre la obra de Gericault destacan sus series de pinturas de caballos y su serie de retratos de personas desequilibradas, delincuentes y marginados. De formación académica, como la mayoría de los románticos franceses, en su pintura destaca una influencia en el uso del color de la pintura del siglo diecisiete. Su obra está obsesivamente relacionada con lo irracional, tanto las representaciones de animales, puro nervio, fuerza, violencia, como los retratos anteriormente mencionados, en los que se distingue una representación de la fisionomia condicionada por la enfermedad mental que padece el retratado.
No obstante, su obra más representativa, y que probablemente se puede extrapolar al romanticismo francés, es “La balsa de la medusa”, de 1819. Basada en una historia real contemporánea a Gericault, en la que una fragata francesa, la Medusa, naufraga y dada la escasez de botes, los náufragos crean una balsa a partir de los restos del barco y son rescatados bastante tiempo después, después de que varios naufragos murieran de hambre y sed, enfermedades y sucedioendo episodios de canibalismo entre los supervivientes con los cadaveres de los caidos. La historia sufrió la censura del estado francés, a pesar de lo cual llegó a ser de dominio público. Gericault trabajó en el durante dos años y su presentación causó gran revuelo, por la crudeza del tema y su representación en un enorme cuadro de cinco metros de alto por siete y pico de largo.